Luz en la oscuridad
Cuánto reconforta, frente a tanta ceguera administrativa, constatar que hay seres admirables capaces de salir de su casa, de madrugada, para asistir a un niño que se muere
La muerte de un hijo, para sus padres, convulsiona el sentido mismo de la vida. Tanto más si se trata de un niño afectado por ... una enfermedad en su fase terminal. Lo cuentan dos películas inolvidables: 'La habitación del hijo', de Nanni Moretti, y 'Alabama Monroe', de Felix Van Groeningen. En esta, la música bluegrass y la felicidad de la pareja acentúa el drama que les sobreviene: la muerte de sus dos niñas, una accidental, la otra en una lenta agonía. Los padres quedan fulminados, su mundo se desploma, la espiral de dolor los aboca a un duelo que se prolongará hasta el fin de sus días.
Valga este preámbulo para contextualizar la noticia: un mando del hospital de Cruces, en Barakaldo, recrimina a dos enfermeras de su unidad de cuidados paliativos pediátricos, haber hecho uso de un vehículo del centro durante varias madrugadas –fuera del horario establecido– sin notificarlo previamente. El pediatra responsable, Jesús Sánchez Etxaniz, denuncia esta monstruosidad en una carta pública que levanta una ola de indignación. Osakidetza reacciona corrigiéndose: promete ampliar a 24 horas el cuidado domiciliario a estos menores, crear más unidades y retribuir a sus profesionales como merecen –hasta la fecha, no recibían ninguna compensación económica si atendían a esos niños en fase terminal fuera del horario establecido, desde las ocho de la mañana a las tres de la tarde, excluyendo los días festivos–.
Sánchez Etxaniz duda de su palabra, nosotros no dudamos de la suya. Y nos descubrimos. Cuánto reconforta, frente a tanta ceguera administrativa, constatar que entre nosotros también hay seres humanos absolutamente admirables. Capaces de salir de su casa, un día cualquiera y todos los días, de madrugada, para asistir a un niño que se muere. A sus padres, los que se sienten morir con él. Sin recibir ninguna retribución económica. Sólo la más valiosa: la gratitud del alma, el oro de la conciencia.
La tragedia no se olvida jamás, se aprende a vivir con ella. Pero para esos padres la vida será menos lacerante cuando piensen que la vida también te regala personas de esa inmensa calidad humana. Los que asisten a sus hijos durante ese tiempo final, los que les ayudarán a mitigar la brutal carga emocional de su pérdida.
Si la muerte de un niño es lo más duro que puede vivir un ser humano, nada ayuda más a aceptarla que tener cerca tanta humanidad. Somos vulnerables, pero con alguien así al lado lo somos menos. Enseñar a morir, para aprender a vivir de nuevo.
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