Conferencia de Presidentes fallida
El fracaso de la cumbre de Barcelona no beneficia a nadie y contribuye a alimentar el deterioro institucional que caracteriza al curso político
Andoni Pérez Ayala
Martes, 10 de junio 2025, 02:00
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Andoni Pérez Ayala
Martes, 10 de junio 2025, 02:00
No hubo sorpresa alguna en el resultado final (o mejor dicho, 'noresultado', puesto que nada se acordó) de la reciente Conferencia de Presidentes en Barcelona. ... Tal como se habían venido desarrollando las gestiones preparatorias de esta cumbre autonómica, todo indicaba que no iba a ser posible llegar a entendimiento alguno, en ninguno de los temas del abultado programa. Pretender tratar en poco mas de cuatro horas los catorce asuntos que finalmente se incluyeron –algunos sumamente complejos, otros que no venían a cuento en una reunión de estas características–, sin que existiese previamente un trabajo y unas bases mínimas acordadas, solo podía conducir al fiasco con el que concluyó la cita de Pedralbes. A falta del tratamiento de los temas que tanto el Gobierno como el principal partido de la oposición habían incluido en el orden del día, lo que sí hubo fue una profusión de gestos que siempre logran atraer la atención mediática aunque no tengan mucho que ver, mas bien nada, con el contenido de la Conferencia. No deja de ser ilustrativo que el anuncio de la presidenta de la Comunidad de Madrid a cuenta del idioma empleado por los presidentes de las autonomías en las que, además del castellano, existen otras lenguas cooficiales, haya tenido mas proyección mediática que los asuntos a tratar –vivienda, energía, inmigración...– en la agenda de la cumbre autonómica.
Hay que tener presente que la Conferencia de Presidentes es el instrumento con que contamos para hacer posible la cooperación entre los ejecutivos de las comunidades autónomas y entre estos y el central, por lo que conviene no desaprovechar las oportunidades que ofrece para que estas relaciones puedan desarrollarse de forma beneficiosa para todos. Lo que no es posible si se hace un uso instrumental de este órgano para escenificar en él la confrontación con los rivales políticos, en vez de plantear propuestas de cooperación entre el Estado y las comunidades, que en principio es la función de este órgano.
No es de recibo plantear en él cuestiones que nada tienen que ver con las relaciones entre los ejecutivos comunitarios y el central, que es sobre lo que hay que tratar en estos encuentros periódicos. Y menos aún aportar una serie de temas, a sumar a los ya incluidos por el Gobierno –en total, nada menos que catorce– bajo amenaza de plantón a la Conferencia, y luego no tratar sobre ellos en el desarrollo de la sesión, centrando las intervenciones en la petición de un adelanto electoral. Una demanda que, como cualquier otra que se proponga, puede ser objeto de debate pero que no tiene cabida alguna en una Conferencia de Presidentes.
Tampoco parece una forma muy correcta de comportamiento institucional el anuncio por parte del Gobierno, un día antes de la sesión, de un ambicioso plan de vivienda a desarrollar conjuntamente con las autonomías, cuya importancia no se pone en duda y que en este caso sí entra de lleno en el ámbito de las relaciones Estado-comunidades, pero que sin unas gestiones previas sobre los términos del acuerdo interautonómico no pasa de ser un anuncio publicitario aprovechando la Conferencia. En definitiva, puede afirmarse que el desarrollo de la cumbre de Barcelona constituye un buen ejemplo de lo que no debe hacerse si se quiere que este órgano tenga alguna viabilidad.
Partiendo de la premisa de que es bueno contar con instancias que posibiliten las relaciones fluidas entre las comunidades y el Estado, y de que la Conferencia de Presidentes puede ser una de ellas, es preciso plantearse también si el formato en el que vienen desarrollándose es el mas idóneo para que sean realmente efectivas. Y antes de continuar y seguir tropezando en la misma piedra, convendría buscar acuerdos que hagan posible su viabilidad. Aunque también es preciso constatar que si alguien quiere instrumentalizar su utilización para conseguir objetivos partidistas ajenos por completo a su razón de ser, como ha ocurrido en esta ocasión, siempre se puede encontrar algún motivo para hacerlo y es muy difícil impedirlo.
A la vista de la experiencia reciente, tanto de esta última cita en Barcelona como de la anterior en Santander, en la que tampoco fue posible llegar a acuerdo alguno operativo a pesar de la gravedad del tema relativo a la distribución de los menores migrantes, no hay muchos motivos para ser optimista sobre el futuro de la Conferencia de Presidentes. Lo que no beneficia a nadie, por más que no falten quienes quieran apuntarse un triunfo a cuenta de un fracaso anunciado, en el que han tenido un protagonismo determinante, y que solo contribuye a alimentar el proceso de deterioro institucional que viene caracterizando el desarrollo del curso político.
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